La escalada de la violencia tribal en Sudán del Sur ha obligado al Gobierno del joven pás africano a declarar el estado de emergencia en dos estados: Unity y Jonglei, las dos regiones cuyas capitales son ahora controladas por fuerzas rebeldes leales al ex vicepresidente Riek Machar, a quien el mandatario acusa de orquestar un complot para derrocarlo.

Los enfrentamientos interétnicos se recrudecen mientras los negociadores se preparaban para conversaciones de paz con los rebeldes.

Desde el 15 de diciembre, el conflicto ha dejado más de mil muertos y cerca de 200.000 refugiados. El Consejo de Seguridad ha acordado casi duplicar hasta 12.500 sus cascos azules en la zona para intentar detener lo que se perfila como una nueva guerra civil.

La situación de los civiles es tremendamente precaria. Una mujer estadounidense tuvo que salir huyendo con sus hijas y 10 huérfanos que estaban a su cargo en la ciudad de Malakal, en medio de una gran metralla de fuego:

“Tratamos de salir del recinto una vez y otra vez , pero empezaron a dispararnos , no sé si lo hacían para asustarnos, o si era contra los soldados, pero los disparos no cesaban. Los misiles sobrevolaban nuestras cabezas. Nos llevó varios intentos hasta poder llegar al campamento de la ONU”

La dimensión étnica del conflicto es especialmente alarmante en un país con dos grandes tribus y una constelación de subgrupos, escindido de Sudán tras 20 años de lucha y dos millones de muertos.